En Venezuela, hablar de revolución es hablar de transformación profunda, de justicia social, de poder popular. Pero hoy, esa revolución necesita un nuevo motor: la tecnología. No como lujo, no como moda, sino como herramienta estratégica para el desarrollo soberano, la inclusión y la dignidad de nuestros pueblos.

¿Por qué debe ser una revolución?
Porque la tecnología no es neutral. Puede ser usada para controlar o para liberar, para excluir o para incluir. En manos del pueblo organizado, se convierte en una palanca de cambio: permite comunicar, aprender, producir, defender derechos y construir redes de solidaridad.

En un país con talento humano, creatividad popular y vocación de resistencia, la tecnología debe ser parte del proyecto nacional. No podemos seguir dependiendo de modelos importados ni quedarnos atrás en la carrera digital. Debemos apropiarnos de ella, adaptarla a nuestras realidades y ponerla al servicio de nuestras comunidades.

Tecnología con rostro venezolano
La revolución tecnológica en Venezuela no se mide solo en megabytes o algoritmos. Se mide en:
– Bibliotecas virtuales que conectan saberes comunitarios.
– Talleres de alfabetización digital para adultos mayores.
– Campesinos que usan apps para mejorar sus cosechas.
– Jóvenes que programan soluciones para sus barrios.
– Sistemas de salud que usan IA para atender mejor a la población.

Cada avance tecnológico debe tener rostro humano, sentido social y raíz territorial. No se trata de consumir tecnología, sino de producirla, entenderla y transformarla.

Un llamado a la articulación
Para que esta revolución sea posible, necesitamos voluntad política, inversión pública, formación masiva y articulación entre instituciones, comunas, universidades y movimientos sociales. La tecnología no puede quedarse en los laboratorios: debe llegar al salón comunal, al aula rural, al centro de salud, al campo.

El futuro se programa desde hoy
Venezuela tiene todo para liderar una revolución tecnológica con identidad propia. No para competir con potencias, sino para garantizar derechos, fortalecer la soberanía y abrir caminos de esperanza. La tecnología debe ser parte de nuestro proyecto de país, de nuestra narrativa de emancipación.